El Bollero
(Diario La Opinión de Málaga, 15 de febrero de 2003)
De su casa de calle Hurtado sale con su murga, carnaval de 1928, mientras resuena el trasiego de los vecinos que no es la quiebra por donde hoy paseamos entre edificios que se desmoronan y otros nuevos que se alzan: barrio del Molinillo, por donde tal vez el célebre murguista intuiría que no podía seguir entonando sólo coplillas graciosas o pícaras, y que debía componer otras que denunciaran los efectos de una época que se desmoronaba y las consecuencias previsibles de la que comenzaba a erigirse: La II República. Entonces llegarían sus coplas menos recordadas, pero sin duda las mejores por su acierto en provocar la risa con el lápiz de la ironía, o la crudeza y el afán de justicia con versos y tonadas sencillas, que acrecentaron su popularidad como murguista capaz no sólo de hacer reír, sino de hacer pensar. Llegaría el tiempo de la hambre y el murguista guardaría silencio, sin duda más ocupado en cómo salir adelante que en escribir coplas para un carnaval prohibido: años cuarenta. Escribo estas líneas, y aún resuena la voz de mi abuela Concha Díaz Navas, relatándome cómo lo veía pasar por Capuchinos mientras los vecinos le recordaban sus divertidas burlas y sus coplas más reivindicativas, momentos en que quizá comprendería la relevancia de su creación carnavalesca para unas gentes, que como mi abuela Concha, apenas sabían escribir su nombre y apellidos en un papel, pero que durante su casi 90 años de vida, recordarían al épico murguista y sus coplas, el nombre de la calle en que vivió y su oficio: Diego Villalba, el Bollero.
© DAVID DELFÍN