Un comparsista, un barrio
(Diario La Opinión de Málaga, 6 de febrero de 2004)
Miguel Ángel Bermúdez y El Palo. Es el comparsista más popular desde que asomara como autor y director a principios de los noventa, tras haber dirigido murgas infantiles y juveniles. Aquí me presento, con otra historia, entregando mi fantasía, para decirte cantando lo que te quiero, ay, ay, Málaga mía (Porque lo siento, 1993). Quizá sea el autor con más premios en su haber y quien mejor ha logrado identificarse con la barriada de El Palo, sus personajes y tradiciones: Soy calafate que está enamorado, y vive prisionero de esta gran tierra, que va regalando coplillas de sal, y navegando por sus bellos lindos pueblos marineros... (Calafate, 1999). Durante todo este tiempo ha entregado lo mejor de sí mismo al carnaval, reuniendo un cuaderno de tipos y coplas en las que el piropo a la fiesta (que ama profundamente), a la ciudad y sus mujeres, y sentidas reseñas a las más diversas injusticias sociales (denunciadas con gravedad), constituyen un legado en el que también destaca su gran aportación musical. Comenzó su trayectoria con un estilo clásico de comparsa de personaje para evolucionar hacia una comparsa en la que el tema a representar y su recreación constituyen ahora su mayor empeño. Sus últimas creaciones han sido muy meritorias por esa riqueza musical que se aprecia en la ordenación de voces y coros (tan jóvenes algunas), la calidad de sus melodías, su alto nivel de afinación, su dominio del ritmo, su costumbre tan acertada de incluir la percusión, y la aportación tan especial que ha supuesto para la fiesta el descubrimiento de su hermano Juani Bermúdez rellenado con su grandioso punteo de guitarra esos espacios que la voz no cubre. Y como un loco duendecillo, a compás de un estribillo, hoy te ofrezco lo que tengo, la humildad que aun siendo poco, hace grande al más pequeño... De Miguelillo el del Palo y su comparsa me permito recordar tres creaciones: Mester de Juglaría (2000), Tierra Sagrada (2001) y Enigma (2003). Nadie las olvide.
© David Delfín