El disfraz. Casi todas las noches comentamos Paco Rodríguez y yo durante la retransmisión de Canal Sur Radio, el hecho que no figure en la información de que disponemos de las agrupaciones, el nombre del autor del disfraz. Pareciera como si nombrar al modist@ no fuera importante, cuando es obvia la importancia del disfraz en la temática de una agrupación, tanto como la del autor de la música o la letra. Y especialmente cuando cada noche durante las semifinales podemos comprobar disfraces de verdadero mérito, y que además acentúan la calidad del grupo, ya sea una murga o una comparsa. El disfraz es clave, y estos creadores son autores de ideas con telas y colores que tienen el reto de llevar a la vestimenta la idea primera del autor de la música y la letra o del director.
En nuestro carnaval tras 1980, primero fue la copla y luego el disfraz; pero la evolución del vestuario como primer elemento para la auténtica comunicación carnavalesca ha sido admirable, tanto en grupos y dioses, como en el disfraz callejero. Se comenzó la andadura con disfraces en lo que se pretendía copiar la realidad con mensajes directos y personajes puros (esto aún se observa en grupos más jóvenes); y se ha culminado la travesía 30 años después, con el aprendizaje de la profunda significación que la palabra fantasía tiene como medio para abordar la realidad o para alejarse de ella. Es entonces cuando el disfraz es la risa en la murga antes de oír sus coplas, y, el tratamiento más alegórico del mensaje principal en las comparsas. Profundizar en estas reflexiones, sea también conocer a estos grandes autores de carnaval que con telas, colores agujas e hilos, son también capaces de hacer ver el mundo de otra manera. Que no es poco. “Treinta febreros, de magia negra, que todo un pueblo, lo celebra arrojando disfraces a la hoguera” (Akelarre).
Recuerden: todas las coplas son ejemplares, las recoja o no este subjetivo escuchante, tan atento a los temas locales. Que hablen las coplas en el Templo de las Coplas o en el Templo de la Magia...