Según dicen las coplas
(Diario La Opinión de Málaga, 11 de febrero de 2004)
Igual que en las enciclopedias se redacta el transcurrir de la Historia, en las coplas se transcribe no sólo los acontecimientos históricos, sino cualquier suceso (local, nacional o extranjero) de tal manera, que observadas en su conjunto nos ofrecen la oportunidad de conocer la otra versión, aquella que las clases populares necesitan exteriorizar y que son fiel reflejo de su particular forma de expresión y respuesta ante el suceder cotidiano. Escúcheme muy bien señor Alcalde... quería ponernos un Palacio de Congresos, y en medio de La Feria lo has puesto porque se te antoja, un pedazo de edificio con forma de barco, con forma de olas surcando el mar por la proa, y aquella parece más un pedazo de lata de anchoas (El Moragón..., 2003). Que durante la II República las coplas de carnaval tuvieran un marcado acento local (sucesos vecinales) y circunstancial (denuncia social) fue la aguda sabiduría de quienes las utilizaron como altavoz por no poder acceder a otras tribunas de mayor resonancia. Las coplas de hoy quizá sean menos reivindicativas y menos locales como una proyección más de esta sociedad global e intercomunicada que nos envuelve, en la que resulta más accesible conocer los problemas lejanos que los cercanos, más las dificultades ajenas que las propias. Aún así, el fenómeno constituye una guía con la que podrían revisarse los acontecimientos y sucesos locales, esto es, los de una Málaga versionada según sus coplas de carnaval en los últimos 20 años: las referidas a la gestión municipal, o a las obras de la plaza de la Marina, o las inundaciones del 89..., como una forma de reflexión capaz de recoger un suceso histórico o intrascendente y convertirlo en un hecho jocoso o en toda una revelación. A la fuente de la plaza, dice mi madre que vaya, pero cuando yo llegué a la plaza, vi que la fuente no estaba. El alcalde la ha cambiado, por una que es más bonita, con ángeles cabezones, y con las pichas muy chicas (Peña El Cartucho, 2003).
© David Delfín