El poder de los dioses
(Diario La Opinión de Málaga, 12 de enero de 2004)
Durante la fiesta, a menudo, el disfraz revela más de lo que se pretende ocultar. "Cuando pase febrero, y en el trastero guarde esta ropa, y me lave la cara y los coloretes desaparezcan..., cuando me vista de hombre, y me parezca que voy en cueros, qué será de mí y todos mis sueños" (Los Pioneros con Estilo Propio, 1993). Y en el caso de los dioses carnavalescos, el ritual supone uno de los rasgos más característicos y universales de la fiesta ya que permite representar una inversión transformadora en la identidad social de los individuos. En Málaga dos ciudadanos son elegidos Diosa y Dios Momo junto a una corte de damas y caballeros para cumplir la función de figuran, entre bromas y veras, como autoridades reguladoras del festivo desorden carnavalesco, aunque lo cierto sea que esta proyección haya sido más representativa que reguladora, más esplendorosa que significativa dentro de la fiesta. Sin duda, nuestra fiesta urbana se ha contagiado de esa enfermedad tan actual de organizar cada acontecimiento callejero casi al milímetro, sin permitir que, por ejemplo, dos ciudadanos elegidos dioses, tengan potestad de decidir arbitrariamente sobre algún aspecto de la fiesta, de ejercer "su poder" y hacer de ello un acontecimiento carnavalesco de primer orden. "Ya sé que los sueños sueños son, y mañana me despertaré, miraré a mi alrededor y después me diré, que sigo siendo el de ayer". Durante los últimos veinte años los diseñadores malagueños al acentuar no solo el lucimiento de los trajes, sino el valor de la temática, han trasmitido con sus creaciones todo el "poder" necesario para representar el mundo real y el que no lo es. "Te canté un saco lleno de coplas de carnavales, te conquisté con mi guitarra aquella tarde, me disfracé para enamorarte, en este callejón no caben las tristezas. Señoras y señores estos comenzó, en este callejón manda la risa, llegaron los artistas callejeros, que van a robarte un cacho de corazón, cantando por febrero", (Callejón de bohemios, 2003).
© David Delfín