El triunfo de la farsa (2)
(Diario La Opinión de Málaga, 10 de febrero de 2004)
Cuando nacemos nos subimos a una identidad (familiar, social o nacional) del mismo modo en que nos alejamos de otras posibles que pudiéramos llevar en nuestra condición de recién llegados al mundo. Está toda Málaga llena de carteles azules y blancos en los que pone RED BÁSICA, te paras un momentillo y viene un municipal y te clava una multa ¡doble!, ah porque esto es red básica... Desde el principio, nos moldea nuestra voluntad de identificarnos con nuestro entorno o de repetir tanto a diario como anualmente los mismos ritos y costumbres, motivo por el que tantas veces necesitamos invertir los papeles sociales o usurpar aquél que se nos niega cuando casi a diario somos en ocasiones público y en otras actores protagonistas, guardia urbano e infractor, dirigente y subordinado, quizá para sentir que también somos capaces de transgredir las normas que nos impone ser miembros responsables de una comunidad. En la Alameda paré una mijilla hace unos días, vino un municipal y me multó, ¡esto es red básica!, y le dije, cómo me vas a multar por un momentillo, ¡ah esto es red básica!... Del mismo modo, también durante la celebración del carnaval está permitido que la conducta individual no tenga necesidad de ajustarse a patrones o normas estrictas o que nada pueda calificarse de correcto o incorrecto, porque su lógica es la confusión, un modelo de farsa en la que cualquier conducta puede ser admitida dentro del espacio festivo: la urbanidad y el desconcierto, la aptitud responsable y la exaltación, tal vez como muestra evidente de nuestra necesidad de presentar batalla y vencer, al menos una vez en el año, a cuantos valores nos reprimen. Pues escucha, alcalde, yo estoy muy dolío por esa multa, tú pídele a Dios que no te caigas en una calle, que cuando tu digas: ciudadanos, ayudadme..., prrrrr, ¡esto es red básica, alcalde, y aquí no puedo pararme! (Pa mí que el donu era farzo, 2003)
© David Delfín