Este año el Cervantes por fin ya se abrió, a este empeño muchas horas se dedicó, pero al que ahora quiero cantarle, es al teatro Alameda que en carnavales, a andar me enseñó, (Murga Guay del Paraguay, 1988). Toda manifestación cultural necesita de un medio en el que expandirse, y aunque el medio natural del carnaval es la calle (la plaza pública), lo más significativo de la fiesta desde 1983 y hasta el final de esta década, sucederá en el interior del teatro Alameda. ¿Por qué? Varios serán los factores que empujen al carnaval a encerrase en el interior de un teatro; primeramente, la instauración del concurso de agrupaciones que conllevaría una rápida renovación musical y letrística en las agrupaciones; y en segundo lugar, por la falta de medios derivada del escaso apoyo municipal durante este amplio período; una etapa en la que mayor ilusión, ingenio y renovación demostrará la fiesta. Las jornadas en el teatro fueron espléndidas: hubo pregones inolvidables como el que pronunciara Julián Sesmero en 1985; primeras y modestas elecciones de dioses y diosas; el estreno del himno del carnaval; y el que no diga ole que se lo coman los boquerones de Amalia, coplas y más coplas; y especialmente, un público entregado a su propia causa festiva, con lo que en este recinto se dio cita quizá la función social más significativa del carnaval: permitir que una identidad comunitaria se fortalezca para poder dar su réplica a cualquier inquietud social. Y en el teatro Alameda durante aquellos años y aún hoy no existe copla, pregón, opinión, disfraz o gobernante que no sea aplaudido o denostado públicamente ¿cabe mayor libertad?